A LOS PIES DE LA CRUZ
- IEBC
- 3 dic 2022
- 3 Min. de lectura
POR JIMENA GONZÁLEZ

A veces somos testigos del sufrimiento de un hermano. Quizás, hasta hemos rezado con fuerzas para que “ese hecho” triste no suceda. Y, a pesar de todo, sucede. Entonces, quedamos tristes, dolidos, sin entender que pasó y enredados en un sinfín de por qué. Y nos sentimos, una vez más, a los pies de la cruz.
A través de este escrito quiero reflexionar con ustedes: ¿Qué sería ser testigos de la cruz? ¿Qué sería ser un digno compañero de la cruz de un hermano?
Leemos en las escrituras de los apóstoles como algunos de ellos estuvieron presentes y acompañaron el camino de la cruz de su amigo amado, de su hijo muy amado, de su maestro, de nuestro Señor Jesús. Padre, ¿cómo es ese misterio, en el que un momento tan triste puede convertirse en un momento tan auspicioso?
Pienso en las palabras de nuestro amigo Jesús: “¡Eloi! ¡Eloi!, ¿Iama sabactani?”, que significan “¡Dios mío!, ¡Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?”
¡Qué Jesús tan humano y tan nuestro, qué sentimiento tan cercano nos hermana en carne propia en el momento de desconcierto! Acaso, Padre, ¿no nos has escuchado? Tus hijos también te claman con amor sediento. ¿Acaso escuchas solo cuando contestas? Me atrevo a pensar qué limitado y reducido queda tu consuelo, si es así.
Algunas cosas de la vida no las hemos elegido, pero aun así hemos tenido que aprender a vivir con ellas. Pensar en las madres que se les ha muerto un hijo y, a pesar de esto, siguen y dignifican la vida, consuelan a otras y a otros, me genera mucha admiración, entonces me pregunto: ¿Cómo han hecho?
Como profesional de la salud, me animo a decir que no siempre estamos preparados para ser testigos, para mirar, escuchar y alojar el sufrimiento del otro, del prójimo, de un hermano, de un amigo, de un familiar. Pero, incluso así, puede ser una oportunidad de crecimiento, si elegimos permitirnos a aprender en ese transitar.
Ser testigos de la cruz de un hermano es estar presentes con el cuerpo, la mente, el corazón y el alma. Es darse en ese momento para que el otro haga pie, toque un borde, se apoye, sea acariciado o acaricie. Quizá sea armar sin desarmarse. Para escuchar hay que hacer silencio o, a veces, dar palabras que propicien ese escuchar. Pero lo importante es prestar oídos a las palabras o el silencio que el hermano da. El dolor de su cruz también nos ha atravesado el corazón, y creo que no está de más expresar cómo nos ha tocado. Mostrarnos barrados, agujereados, sin saber qué palabras bien decir, es de hermanos cercanos. No podemos atravesar por otros su dolor, ni encontrarle su sentido, ni aprender de lo que es dado para su vida. No podemos caer en la tentación de emprendernos en una tarea imposible, pues tan solo encontraremos un camino sin salida con carteles que digan: ¡Por ahí no! Es decir, un camino de la frustración.
El acompañar al hermano y a uno mismo va de la mano del respeto. Al hermano, en sus tiempos, en sus vaivenes, en sus encuentros y desencuentros. A uno mismo, en la medida de nuestras fuerzas y posibilidades, ser siempre compañeros de la cruz.
El poeta cristiano Francisco Luis Bernárdez escribió un poema que me ha acompañado toda mi vida, ya que en forma de cuadro viste las paredes de la casa de mi madre:
SONETO
Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,
si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
Que podamos reconocer, acompañar y hasta dar gracias al árbol florido, de gordas raíces sepultas en el seno de la tierra, que la vida nos permitió forjar con mucho trabajo en nuestros queridos hermanos y en nosotros mismos. AMÉN.
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