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¿DIOS TIENE EL CONTROL?

  • IEBC
  • 3 dic 2022
  • 4 Min. de lectura

POR CAROLINA GARCÍA

Nos encontramos en un momento en el que la estamos pasando mal. Algunos de una manera, otros de otra, con expresiones de la gracia y la compañía fiel de Dios, pero seguimos en un momento muy particular. Hace pocos días en un chat de WhatsApp se compartía tanto el pésame por una pérdida como el agradecimiento de la vida de alguien que la libró. Si bien ya hay muchos avances para irnos despidiendo de la pandemia, todavía se hace patente que se necesita estar más alerta, acaso sensible para responder de la mejor manera ante el dolor de los demás.

En lo particular, encuentro emblemático lo que se dice detrás de la frase trillada: “Dios tiene todo bajo control”.

¿Dios? ¿Control?

Si hay una imagen que me parece que necesitamos revisar y reflexionar sobre Dios es la del Dios que interviene conforme a nuestras expectativas y dimensiones. Cada vez que escucho sobre esa imagen controladora de Dios me alerto, para no aceptar la complacencia que ofrece la frase. No. Dios no tenía el control cuando una madre iba pensando en su hijo, en la fila rumbo a la cámara de gas, durante el exterminio de los nazis. No. Dios no tiene el control ante ese feminicida que dejó sin madre a sus propios hijos. Dios no tiene el control en muchas de tantas fatalidades que ocurren en nuestro mundo. Ocurre que

cuando deslizo esa frase de mi problema, mi urgencia o motivo de oración, y la llevo a una situación de mayor gravedad, no queda. Y no es porque no aplique a unas situaciones y a otras sí, sino porque es falsa. Dios no tiene el control. Dios no controla. Dios ama. ¿Y no es el control una situación ajena a una relación de amor?

El momento que estemos transitando en nuestra etapa de vida condiciona mucho, no solo la lucidez y el discernimiento, sino la fuerza y libertad para enunciar con autoridad lo que decimos. Asumo que llegar a una edad avanzada, con una vida consolidada, es uno de los momentos más adecuados para poder decir lo que sea (que no ha de ser cualquier cosa).

Según podemos leer, así ocurrió con el libro que escribió antes de morir el teólogo José María Mardones, titulado “Matar a nuestros dioses”. Luego de su trabajo pastoral, su producción filosófica y teológica, de corte crítico, dejó bien pronunciado algo que sigue cimbrando y conmoviendo: que Dios es amoroso, de amplísima misericordia, que no juzga ni castiga con severidad y que busca nuestro bien, nuestra felicidad.

¿Cuál sería entonces el atrevimiento de semejante mensaje? ¿Qué no se ha dicho antes? El siguiente texto repite una frase sobre cómo es Dios, que se encuentra en diferentes momentos del relato bíblico:

“Rásguense el corazón y no las vestiduras. Vuélvanse al Señor su Dios, porque él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, cambia de parecer y no castiga”. Joel 2:13

En su libro, Mardones nos propone revisar las ideas que tenemos de Dios. Así que se dio a la tarea de describir algunas imágenes perversas de Dios, e invita a trabajar el corazón, el entendimiento y las mismas acciones para destruirlas intencionadamente. Si acaso le hemos dado vida a esas imágenes y hemos hecho que caminen en nuestra vida, debemos matarlas, como a cualquier otro ídolo. A cambio, el autor apunta a otras imágenes, a otras más cercanas a las características que sí derivan del Dios de amor que se dejó ver en Jesucristo. De las ocho imágenes que aborda, una de ellas es sobre ese Dios intervencionista que todo lo controla.

Mardones nos sugiere revisar cómo creemos que se expresa la Presencia de Dios en nuestras vidas. Justo ante esa imagen del Dios que actúa en el mundo de forma directa (sin intermediarios), universal y total, en la que cualquier cosa ocurre bajo acción de Dios, nos detengamos a considerar que las consecuencias son fatales. Si todo sucede porque Dios quiere, todo está determinado y pre-ordenado, como un destino programado por Dios del que no hay escape. La consecuencia de ese fatalismo es la resignación y usar a Dios como un recurso para encubrir y legitimar una realidad que debe y puede ser cambiada.

La imagen de este Dios que lo controla todo, que interviene en todo, también se cae ante Jesús. En los evangelios se rompe esta imagen. ¿Eran más pecadores que los demás esos galileos que mueren, según Lucas 13:1-5? Para Jesús ni la pregunta era válida. Lo rechazó. Y de las personas que fueron aplastadas por la torre de Siloé, Jesús tampoco acepta que haya sido un castigo por sus pecados.

Mardones nos recuerda cómo Dios está siempre y en todo con nosotros. Como lo indica Pablo en Romanos 8:28: “Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito”. Dios nos acompaña para que cualquier cosa sea para bien. Sea que ocurra desgracia o dicha, Dios está con nosotros y buscando nuestro bien, proveyendo de su gracia para que en cualquier situación, sea buena o mala, se halle un bien.

También las parábolas en los evangelios, como la de los talentos (Mateo 25: 14-30, Lucas 19:11-27) hablan de un Dios que no se hace presente directamente ni con intervenciones, sino que deja el cuidado y administración del mundo en manos del ser humano con capacidades y talentos, libre para decidir.

¿Y cómo es que Dios sería de control cuando nos ha hecho para ser libres? No es posible que se sostengan las dos cosas. Dios nos hizo para ser libres y para ejercer responsabilidad. Así que no puede haber un Dios interviniendo en todo momento si vamos a crecer en responsabilidad.

Ante las circunstancias que nos rodean, nos queda recordar siempre a quien se duele, a quien la está pasando mal, que Dios es amoroso y podemos confiar en que nos va a acompañar y guiar siempre para bien, ante cualquier circunstancia. Recordemos de nuevo que se nos ha confiado para que seamos nosotros los que respondamos con calidez y amor entrañable cuando se duele o sufre alguien. Que es Dios que obra a través del amor, la relación, no es un Dios que controla.

 
 
 

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