top of page
Buscar

¡A MOVERSE! (ES CONSIGNA)

  • IEBC
  • 3 dic 2022
  • 4 Min. de lectura

POR CAROLINA GARCÍA

ree

—Que se muevan y jueguen todos los días— nos dijeron. Esa fue la recomendación básica de las maestras jardineras del nido donde iba mi hija, apenas inició el encierro por la pandemia. Nos explicaron con base en diferentes disciplinas (psicología, pedagogía, neurociencia) que más que cualquier cosa, se requería cuidar que tuvieran todos y cada uno de sus días, las condiciones y el espacio para poder moverse y jugar. Que su salud tanto física como mental dependía de eso. Así que había que poner una canción y bailar, o jugar cualquier propuesta que implicara salto o carrera. Y así fue.

En aquellos días no escuché ni pude entender la magnitud de esta consigna en mi propia vida, como adulta. La escuché solo como un consejo respecto al cuidado de mi hija. Tuvo que pasar un año en el que aumenté de peso y me encontré comiendo por motivos más emocionales y en el proceso de adentrarme en otro, un segundo encierro. En algún momento me di cuenta de que ya iba en descenso y me estaba deprimiendo. Sonaron las alarmas: no tenía ni el movimiento ni el espacio lúdico necesario.

En el inicio del 2021, a diferencia de los demás años, no me puse ningún otro propósito ni proyecto que abrazar la con-

signa del movimiento. Escuché una breve reflexión que lo sugería para la etapa siguiente, dentro del contexto de encierro y pandemia. Y así lo hice. Esta experiencia me ha llevado a reflexionar algunas cosas que aquí comparto.

Como seguidores de Jesús de Nazaret, estamos llamados a cuidar la vida y la integridad de las personas en un sentido amplio. Y esta responsabilidad es con uno mismo, así como con los demás. Nuestro autocuidado tiene resonancia en el bienestar de los demás. Así como el bienestar de otros puede tener consecuencias en nosotros. Si pretendo cuidar a mi prójimo, no hay forma de hacerlo si no me comprometo con el cuidado propio. ¿Y, cómo podríamos afirmar que una cosa viene primero y la otra después? Por amor, pareciera que se arma un ciclo de cuidado que va y viene entre el cuidado propio y el cuidado a los demás; que ocurre, o no.

Esto lo hemos reflexionado antes en términos de seguir los cuidados recomendados para evitar el contagio (uso de barbijo, distanciamiento, evitar contacto, ventilación), pero tendríamos que trasladarlo al terreno de la forma de vida que viene con la pandemia: tenemos menos movilidad, los trayectos que hacíamos caminando se han disminuido, y si hacemos trabajo en casa, los tiempos de estar frente a la computadora han aumentado. Sumado a esto, tanto el encierro como los detonantes de ansiedad, tristeza o estrés de la pandemia se hacen muy presentes. Hay un desgaste muy singular que compartimos en mayor o menor medida. En ese contexto, la invitación al movimiento puede ser una cuestión de cuidar la vida: mantenerse saludable, con mejores condiciones físicas para que la cabeza también esté cuidada, puede significar también cuidar la fuerza para ser sostén de otras y otros.

Dedicar un momento para bailar la música favorita; caminar como meta un determinado tiempo; subir y bajar escalones; hacer ejercicios de las muchas formas sugeridas en internet, son algunos de los modos que tenemos al alcance para movernos. Tener cerca una plaza, un parque o un espacio verde, poder andar en bici, es regalo que no hay que desaprovechar. Hasta ahora, el hecho de caminar en casa, usar la bici fija, ha desencadenado cosas que me han mejorado los días: no solo permite reducir la ansiedad y el estrés, que ya es bastante, sino también mejorar la sensación física de bienestar, con más energía y entusiasmo para las actividades del día.

Buscar mantenerse en movimiento, aunque sea en el mismo sitio, permite redirigir la atención: se comienza a escuchar más lo que se siente en el cuerpo, los síntomas que podamos tener y las emociones que podamos experimentar. ¿Y no es acaso ya una resistencia alertar esta atención, ir despertando subjetivamente, cuando el contexto de pandemia no se nos asume tanto como personas, sino más como pacientes de la ciencia médica, sujetos políticos con qué lidiar, población-que-gestionar? Parece poca cosa, pero no lo es. Comparto testimonio: dedicar media hora a caminar en un circuito brevísimo entre la sala y el comedor mientras escucho la epístola de Pablo a los Filipenses, me ha regalado una libertad que no creo que sea ilusoria. Y lo mismo cuando salté con mi hija para contar hasta el 100, cuando hicimos pogo con “De música ligera”, o cuando seguimos el movimiento del bailecito de sus canciones infantiles que llevan a alegrarnos porque-sí.

No demos por sentado que el cuidado de la salud física es una de las cosas que podemos aprender en las Escrituras. Desde el libro del Génesis leemos que el ser humano fue diseñado por Dios, una creación admirable, íntegra, que requiere descanso, así como el trabajo para su realización. Encontramos múltiples indicaciones y leyes sobre alimentación dadas al pueblo de Israel. Y luego, gestos hermosos de Dios que cuida y sustenta, como en la historia de Elías, el profeta que huyó de Jezabel y se deprimió. En lugar de reprenderle, Dios le llevó alimento a través de las aves (1 Reyes 19). Lo que imagino gráficamente: aves descendiendo con alimento, de a poco, tal vez muchos cuervos, al lado del hombre mirando hacia abajo, me dibuja una sonrisa. Para cada circunstancia, hay también una forma singular con la que Dios sustenta.

En los tiempos del pueblo de Israel, y mucho más tarde, durante los tiempos de Jesús y los apóstoles había una forma de vida que es ajena para nosotros. No conocían el sedentarismo. Las actividades de la época como la agricultura, la ganadería, y los oficios como la carpintería, la pesca, implicaban una actividad física por las que no debían preocuparse en realizar ejercicio y “mantenerse en movimiento”. Pero nos queda claro que, si la hospitalidad implicó cuidar la vida del extranjero, dada las condiciones del desierto, cualquier cosa que en nuestro contexto y tiempo implique cuidar la vida de los demás, gana también importancia. No hay una consigna ni cita en el texto bíblico que diga “muévete en tiempos de pandemia”. Y ni que hace falta. Es el amor, el núcleo que nos mantiene en Dios, y a salvo, que nos lleva a esa invitación, ahora. Nuestros cuerpos y mentes lo necesitan. ¡A moverse!

 
 
 

Comments


bottom of page