AMAR ANTES DEL AMOR
- IEBC
- 1 dic 2022
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POR LORENA JUÁREZ

Carlos llegó a nuestra iglesia y a nuestras vidas, gracias a los almuerzos compartidos que teníamos después del culto, como parte de este, cada domingo. Su facha tranquilamente podría dejarlo fuera de cualquier evento social, pero en nuestra iglesia, curiosamente, entonaba muy bien. Él tendría 45 años, la vida en la calle o en paradores le aumentaron unos cuantos más. Alto, bigotes a la antigua y, posiblemente, con algún bagaje de índole psiquiátrico. Por los planes “incoherentes” de Dios, Carlos terminó viviendo en el templo, en uno de los espacios destinados en sus orígenes para clases, y se quedó con nosotros por varios años. No solo por la convivencia, sino también por la oportunidad de vincularnos, es que llegamos a querernos. Él nunca me lo dijo, pero estoy prácticamente segura que fue recíproco. No supimos de su familia, más que por sus relatos. Varias veces lo escuchábamos charlar con su madre que lo visitaba en su mente, reía, se enojaba y todo era tan natural que permitimos que fuera real también para nosotros.
Hace unos años Carlos murió allí, en esa habitación, en el templo, en su casa. Fue muy difícil esa despedida. Lo lloré, lo lloró mi familia, su iglesia y tantos amigos que alguna vez lo conocieron. Entre tanta tristeza, mi esposo corría de acá para allá con trámites en la policía, avisando a todos, tratando de ubicar algún familiar y procurando un entierro digno. Pero ¿qué será de tantos otros que transitan esa parte de la vida en completa soledad?,
¿qué nos pasa a nosotros que no podemos llorarlos? La muerte, así como la vida, es una situación social, por sus causas, por su llegada, por su escenario y por tantas cosas que la atraviesan. El que deja esta vida en soledad, no lo hace solo, sino tal vez con nuestra ausencia o, peor aun, con nuestra indiferencia. De una u otra forma “allí estamos” como sociedad.
Carlos se fue en un contexto de amor y respeto que su iglesia y él mismo, generaron. Y lo digo al revés: La iglesia despidió a Carlos en un contexto de amor y respeto que él y su misma iglesia, generaron.
Solemos oír por ahí como las “buenas obras” o las “buenas amistades” surgen por lo que dicta el corazón, ese sentimiento incontenible que da riendas suelta al amor o solidaridad hacia el otro. Por eso, tantas campañas duras que muestran a niños desnutridos, moribundos o diversas imágenes que buscan “ordeñar” el corazón y sacar solidaridad y compromiso. El Señor en su Palabra nos dice de qué se trata toda historia, que por algún motivo le dimos ese orden y dinámica en nuestra sociedad. Con esto no estoy negando la posibilidad de conmovernos y en función de ello, bendecir, por supuesto que no. Pero sin quererlo, podríamos estar cancelando otros caminos que, sin duda, nos llevarían a un amor mayor. Jesús nos dice: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado”.
Parece que para Jesús, el amor no es solo un sentimiento que nace en lo profundo del corazón, sino a partir de un mandamiento, una propuesta que se origina en su experiencia de vida, que ya tuvo un recorrido, que ya amó y que ahora solo debemos obedecer para que se genere y se construya con el otro. Ese amor mayor que parimos en el vínculo, luego de tantos primeros pasos de obediencia. Dios sabe, y ahora lo confieso públicamente, que no quise a Carlos los primeros tiempos. Justificada claramente por lo que mis miserias me ofrecían cortésmente. No era mala, era consecuente con lo que vivimos en la sociedad a diario. Bueno, entonces éramos malos, en sociedad. En tiempos de pandemia, un número significativo de nuestra sociedad tuvo que despedir a sus seres queridos desde la distancia física, y sin aquellos rituales que ofrecen una oportunidad para el inicio de la elaboración de los duelos. Hoy se habla de protocolos para que esto no suceda y se contemple la importancia de la muerte digna, y así sus allegados tengan la oportunidad de despedirse y acompañar a sus seres queridos en los últimos días. Por lo tanto, esta muerte, que no es más que la consecuencia de la vida, debería ser una real preocupación y motivo para preguntarnos ¿Qué hacemos nosotros con los que mueren? ¿Cuál es el rol de la sociedad para con esos seres humanos que hoy transitan la muerte? Mi humilde respuesta, y aunque parezca incoherente, es darles vida. La vida digna que te permite llevar una muerte así de digna, y en amor. Yo todavía estoy aprendiendo. Sería una buena idea si nos atrevemos a amar antes del amor.
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