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DERRAMANDO NUESTRO CORAZÓN

  • IEBC
  • 3 dic 2022
  • 4 Min. de lectura

POR CARMEN UMPIÉRREZ

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He escuchado esta frase en algunas ocasiones y también le he utilizado. El otro día, en un tiempo de oración, me acorde de ella y comencé a “rumiarla”. ¿Por qué se me vino a la cabeza esta frase? Porque estoy pasando por un tiempo en el que ya no sé cómo orar, porque necesito una respuesta de Dios que no llega o que no es la que estoy queriendo tener. Entonces esta frase me hizo reflexionar:

¿cómo es que un corazón se puede derramar? Sí, ya sé que es un sentido figurado o poético, pero ¿se puede hacer?, ¿qué es lo que en realidad quiero decir o pienso al usar esta figura?


Cuando comencé a pensarla, a rumiarla, me vino a la mente el pasaje de cuando Ana va al templo y dice que es “una mujer atribulada de espíritu” (quería tener un hijo que no venía en el tiempo que esperaba). El pasaje continua y cuenta cómo ella se excusa con el sacerdote que la toma por borracha porque observa que mueve sus labios pero no la escucha, entonces ella aclara “no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehova” (1 Samuel, 1:15). El texto dice que estaba atribulada, pedía un milagro que no llegaba. A su entender, se tardaba y por esto era ridiculizada y se burlaban de ella. ¡¡Que deducción la del sacerdote!! La ve y la piensa borracha. Es más, avanza con su prejuicio y le dice que se vaya a su casa a digerir el vino, ahí es cuando Ana dice que ha derramado su alma delante de su Dios.

Me vi reflejada en la situación; siento que el milagro tarda, pienso en la petición constante que parece no tener

respuesta. Mi mente se siente embarullada y muchas palabras me asaltan, si alguien me observa puede también verme con prejuicio.

Mientras seguía en mi pedaleo (sí, andaba en bicicleta en el parque) en este tiempo especial de oración, vino a mi mente otro pasaje: “y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues que hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” (Romanos 8:26). Fue allí, en ese pedaleo, que recordé lo que Harold Segura compartió en una charla sobre relacionar el deporte y el arte con la contemplación y la fe y comencé a registrar mi respiración buscando un movimiento acompasado y empecé a decirle a Dios que no sabía cómo orar, que no podía expresar mis sentimientos y que necesitaba que el Espíritu comenzara a interceder como convenía. Eso me trajo paz, me sacó el peso de tener la oración exacta, de pedir convenientemente, me saco la angustia de tener que buscar palabras rebuscadas o que sonaran bien. La ruah, el espíritu de Dios, se iba a encargar. Cuando aprendí que la ruah (término con el que se denomina al espíritu) es una palabra femenina, me gusto; me maravilló conocer que en la trinidad hay un elemento femenino. Es algo que tal vez para otros y otras era muy común, pero para mí fue todo un descubrimiento, esta persona de la trinidad es femenina.


Luego comencé a recordar otros pasajes: Jesús ya resucitado, y antes de ascender, les dice a sus discípulos y discípulas que recibirán poder cuando venga sobre ellos y ellas el Espíritu; no un poder como vemos a diario, no un poder abusivo, sino uno que nos capacite para ser testigos del evangelio. En esta ocasión el Maestro dice que va a llegar una ruah a bautizar, a envolver, a guiar en los tiempos que se aproximaban, tiempos ni más ni menos de dispersión, persecución y muerte. ¿Acaso este no es un tiempo en el que vemos y leemos cifras de muertes diarias, sabemos de persecuciones ideológicas, religiosas, étnicas, de género, etcétera? ¿No estamos en un tiempo de enfermedades, de despojos, de perdidas?

Ahí es cuando se hace necesario recordar que Jesús deja el Espíritu para fortaleza, para pedir como conviene, para testificar, para esperanza de que la respuesta a la oración puede tardar, pero será contestada y la convicción de que tenemos una ayuda extraordinaria. Entonces la pedaleada comenzó a tener otro ritmo y sentido, mi corazón era derramado cuando inicié reconociendo mis miedos, mis limitaciones, mi necesidad de contención y sinceramente empezar a decirle a la ruah que interceda que me inunde, que me bautice. A medida que hacía esto, la paz que Jesús me promete, diferente a la paz que da el mundo (Juan 14:27), comenzó a recorrerme. Fue una experiencia espiritual que me ayudó y me ayuda en la incertidumbre y en la espera de la respuesta.


Seguramente cada uno y cada una pueden vivir este “derramar su corazón” de diferentes maneras, pero creo que para eso debemos reconocer nuestras limitaciones, la finitud que somos, la imposibilidad de que en algunos momentos se tengan palabras adecuadas y la necesidad de que la ruah nos ayude, interceda y acompañe en nuestro caminar.

 
 
 

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