DESENTERRANDO LA LUZ
- IEBC
- 3 dic 2022
- 4 Min. de lectura
POR MERCEDES ROBALDO

Desde que comenzó la cuarentena, dejando de andar a las corridas, saliendo y entrando de casa sin parar, quise retomar una práctica que había comenzado un tiempo atrás, cuando por cuestiones de salud estuve un tiempo sin salir a trabajar: me propuse estar cinco minutos en silencio.
En esta quietud que no me duró mucho, comencé mi búsqueda de un encuentro con Dios. En principio, eso pensaba, pero terminé descubriendo más de mí que de Él.
No se imaginan en el sinfín de lugares que fui entrando, a medida que profundizaba más en las cosas que me llamaban la atención de ese dios que yo tenía, cuando empecé este camino de la más absoluta soledad hacia mí misma.
Se podría utilizar acá la palabra "migrar” porque realmente es salir del lugar conocido para llegar a lugares en los que no nos sentimos seguros y comenzamos de cero.
Pienso que sería también como la salida de Egipto de los hebreos, mezcla de sensación de libertad con ganas de volver al punto de partida por no entender lo que estaba pasando. Aprender a vivir con la duda antes que autoproclamarnos "conocedores de la verdad". En el milagro de la in-certeza podemos terminar abrazando aquello que despreciábamos de nosotros y de otros.
Sí, porque a veces para escapar de nuestros miedos y vergüenzas nos hemos transformado en personas violentas utilizando lenguaje violento, pero no porque seamos eso en la esencia de nuestro ser. Descubrí que una de las cosas más importantes que debemos conocer es saber quiénes somos. Saber cuáles son nuestros límites y el de los demás.
En ese camino me encontré con que existía un evangelio no canónico, atribuido a Tomás. Es un evangelio apócrifo que data de alrededor del año 150 d. C., (aunque hasta hoy no contamos con una fecha precisa) donde se encuentran únicamente dichos de Jesús como en estos primeros versículos:
Cuando ustedes se conozcan profundamente entonces ustedes serán conocidos y así sabrán que son hijos del Padre Viviente, pero si ustedes no se conocen, entonces están en la pobreza, por ello son pobres.
Este texto me recuerda a 1 de Juan 3,1:
Miren cuánto nos ama el Padre que somos llamados hijos de Dios. Y de veras lo somos. Como la mayoría de la gente no conoce a Dios, tampoco reconoce lo que somos.
Pienso que si nosotros queremos dar a conocer a Dios, primero debemos conocernos para no desfigurar su imagen, al querer convertir a otros a nuestro dios que, sin duda, no conocemos.
Debemos saber que cada vez que abrimos la Biblia, abrimos también nuestra alma en la etapa en la que estamos viviendo ahora. En ese momento, la Biblia, Jesús y nosotros mismos. Allí estará no solo lo que ocurre en el texto, sino lo que ocurre en nosotros. Y ahí Jesús preguntándonos: "¿Qué quieres que te haga?"
Y todo nuestro ser con creencias erróneas incluidas, tendrá que dejarse ver. Dios ya nos conoce, ahora somos nosotros quienes debemos conocernos sin confundir la Biblia (el texto) con la Palabra de Dios (su intervención personal en nosotros).
Para eso necesitamos dejar a Dios corregir, sanar y liberar creencias dañinas de nosotros mismos. Preguntarnos por esas formas de pensar que tanto nos cuesta cambiar. Preguntarnos cuáles son nuestras búsquedas, donde está nuestro énfasis en relación con la espiritualidad. Comprender mejor qué nos pasa.
Estas cosas afloran también cuando dejamos que la Biblia sea quien nos lea. Allí podemos volver al silencio del cual les contaba que había querido practicar más seguido. Habitar en ese silencio para escucharnos. Orar sin palabras, desde quienes somos, sin abrir la boca.
Esa es una forma, creo, muy pura de orar. Todo lo que pensamos, lo que sentimos, emociones, preocupaciones y sensaciones que transmitimos a Dios en el silencio, nunca llegarían a traducirse por nuestra razón, porque como dice en Romanos 8,16 “Nuestro espíritu habla en su idioma con el espíritu de Dios”.
Hay una conversación ininterrumpida, una comunicación que existe entre nosotros y Dios, que de hecho se da todo el día sin que seamos conscientes de eso.
Se dice que cuando se traduce un texto se traiciona al mismo porque nunca va a ser exacto. Orar sin palabras. Buscar mi silencio para escuchar la pregunta de Jesús: "¿Qué quieres que te haga?”
¿Qué tanto nos conocemos como para poder contestarle? A veces describimos nuestra personalidad, pero eso es el reflejo externo de una cuestión más profunda. Como decía al principio sobre volvernos a veces violentos, de mal carácter, como reflejo del miedo interno de una ternura escondida que no está a la vista de todos.
Vamos a acercarnos a la Biblia desde quienes somos. ¿Y quiénes somos?
Nicodemo era un hombre sabio y, sin embargo, Jesús le dijo que tenía que nacer de nuevo. El joven rico seguía todas las reglas, esas creencias le sirvieron para lograr muchas cosas, pero también lo dejaron dañado.
Saber quiénes somos nos da libertad. Ese es el verdadero amor que nos quiere dar Jesús, la liberación. ¡Qué obvia que parece esa pregunta de Jesús! “¿Qué quieres que te haga?”
Si queremos convivir en comunidad dentro de los valores del Reino debemos, sin duda, conocer quienes somos, desde lo interno, desde la profunda y dolorosa honestidad, pero validando quienes somos.
No esperemos a que otros nos digan como es Dios, o quienes somos por lo que "la Biblia dice". Es necesario darnos un espacio para conocernos, para entendernos, para descubrirnos como personas, para poder crecer sin entregar nuestra libertad, y desarrollarnos sin creer lo que otros dicen que somos o que el mismo Dios es.
Descifrarnos para poder contestarle a Jesús. Para que haya diálogo. Para que el evangelio siga siendo la buena noticia. Para volver al cristianismo testimonial.
Comentários