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MI NOMBRE ES BARTIMEO

  • IEBC
  • 3 dic 2022
  • 3 Min. de lectura

POR CARMEN UMPIÉRREZ

Hola, deseo contarles algo que me pasó hace un tiempo, antes quiero presentarme: soy Bartimeo, el hijo de Timeo. Aunque mi padre no quiere saber de mí. ¿Por qué? Porque imaginen lo que fue para él, llamarse Timeo, cuyo nombre significa “honrado”, y tener un hijo que no ve.


La enfermedad es considerada una consecuencia del pecado, así que mi padre se siente confrontado y acusado por mi ceguera. Para mí, es más difícil todavía, es penoso vivir sin ver, no hay opción para una persona con una enfermedad, no hay trabajo ni estudio y para mis padres era una carga, así que terminé como tantos otros, mendigando en el camino. De algo tenía que vivir, aunque la “bondad” de los que pasan y te tiran una moneda, no es suficiente para lo que se puede llamar vivir.

Al estar en el camino, escuchas de todo, caravanas que pasan, familias que van a la ciudad, anécdotas de los viajes, problemas familiares, y no falta el niño que preguntara: “¿Por qué estaba ahí?, ¿qué me pasó?”. Y entonces venían las respuestas que me llenaban de dolor: “Es por culpa del pecado”, “es por su pecado o el de sus padres”, “que Dios me dio la espalda” y muchas otras más.

Más de una vez me preguntaba si eso era cierto. ¿Qué pecado pude cometer para nacer ciego? ¿Qué pecado había en mis padres para que a mí me pasara esto?

Un día empecé a escuchar que había unos galileos que andaban en grupo sanando y haciendo milagros, entre ellos había un nombre que se repetía, Jesús. No sabía que pensar porque unos religiosos, que pasaron después, decían que de Galilea no podía venir nada bueno, que eran todas mentiras y que eran todos pecadores. Con el correr de los días, cada vez se hablaba más del tal Jesús y de sus seguidores, muchos lo comparaban con algún profeta y hasta decían que Juan lo había bautizado.

Un día, sentado en mi lugar de siempre junto al camino, preparado para mendigar, pasaron dos hombres hablando entre ellos y escuché decir que Jesús había sanado a un ciego. ¡Imagínense! El corazón se me aceleró, ¿será posible que me sane?

Al poco tiempo, alguien dijo que Jesús y sus discípulos estaban viniendo a Jerusalén, así que pensé que esta era mi oportunidad para que me sanara.

No iba a ser difícil si venía con sus amigos, al ser muchos los iba a escuchar bien y a buena distancia. Por fin llegó el día, se oía un tumulto de gente y de repente alguien dijo que estaba Jesús. Ni lo pensé, comencé a gritar, ya no tenía nada que perder, hubo un par que querían que me callara, pero ya llevaba muchos años callado, en oscuridad, siendo un bulto del camino, así que tomé aire y grité más fuerte: ¡¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!!


Entonces, algo pasó, me mandó a llamar, no sé quién de ellos se acercó y me dijo que fuera. Ni lo pensé, dejé todo, (bueno, todo era mi capa), qué me importaba, si Él me podía ayudar. Cuando me acerco guiado por su voz, me pregunta algo que no me esperaba: “¿Qué quieres que te haga?”. Me pareció raro, estaba claro que necesitaba un milagro, que quería ver, pero a pesar de que me pareció obvio, se lo dije: Maestro, que reciba la vista.

Me quedé esperando que me tocara, que dijera alguna palabra extraña, mi corazón latía fuerte y en ese momento me dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”. ¡Por primera vez vi! ¡¡¡Increíble!!! Conocí el sol, era algo brillante y hermoso, con razón me daba calor durante el día. Había personas a las que durante mucho tiempo había escuchado, pero ahora podía ver su rostro. No tuve mucho que pensar, me fui con Él y sus discípulos. Hoy estoy acá, contando a quienes quieran escuchar que Jesús sigue dispuesto a darnos vista, tal vez no te falte la visión, como me pasó a mí, pero hay situaciones que se te escapan, tal vez todo esté oscuro, o no es lo que aparenta. Que no te asombre si te pregunta: “¿Qué quieres que te haga?”. Jesús sigue siendo respetuoso de lo que quieras. Nos vemos.

 
 
 

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