LA MIRADA ATENTA
- IEBC
- 3 dic 2022
- 3 Min. de lectura
POR CARMEN UMPIÉRREZ

Una de las características de vivir en una ciudad es la afluencia de personas, el frenético ir y venir de los horarios comerciales y el bullicio de la actividad.
En estos tiempos de medidas de protección sanitarias, aunque el flujo disminuye y los horarios se acortan, aun así se puede vivir el ritmo complejo e incesante de la ciudad.
En estos espacios es común perder la vista, no por falta de visión (hablando de manera física), sino por no ver o por no querer ver lo que pasa alrededor, enfrascados y enfrascadas en nuestro andar diario, en nuestras actividades y preocupaciones.
En este tiempo de desazón que se vive a nivel mundial, en momentos donde volvemos a tomar conciencia de la importancia de nuestra salud y cuidado, es un momento para salir de nuestros espacios y ver por el otro u otra.
No somos indiferentes al dolor que nos rodea, pérdidas familiares, temores por contagios, incertidumbre, disyuntiva entre las necesidades materiales que debemos cubrir y que nos obligan a salir, y la necesidad de protección y aislamiento.
Pero aquí estamos con los cuidados necesarios, cumpliendo con las normas sanitarias, siendo responsables socialmente y confiando en Dios. Confianza que nos lleva a recordar que la pertenencia de nuestra vida es suya, que nos involucra orando y también disponiéndonos a ser de bendición.
Un gran desafío de este tiempo histórico es cómo estar cerca, cuándo debemos estar lejos, cómo relacionarnos cuando tenemos que guardar distancia, cómo lograr comunión en momentos donde todo es tan individual. Como bien sabemos, nuestra cultura es muy dada a abrazar, a tocarnos, a estar presentes, en cuanto siempre hay una palmada, un apretón de manos que nos lleva al contacto físico, justo lo que ahora no es aconsejable, ¡¡entonces cambiemos las formas culturales!!
Comuniquémonos telefónicamente o por WhatsApp, esta última opción nos permite videollamadas y es gratuita. Entremos a zoom, meet o cualquiera de estas modalidades que usamos para trabajar y estudiar. Esto es parte de ser pueblo, tener a la hermandad presente, orar en unidad, y así apoyarnos entre todas y todos.
Variemos y cambiemos, estas acciones son oportunidades de aprender también. Jesús siempre utilizó los recursos que tenía a mano, elementos cotidianos y conocidos que le sirvieron para enseñar, para estar presente, para “bajar” el reino a quienes se cruzaban en su camino. Entonces lo vemos hablando de los campos, de la siega, de plantar y esperar que la semilla dé fruto, de ovejas, de rediles, de pastores, etc. Bajemos el reino, salgamos de nuestras estructuras, de lo enseñado, de lo que preferimos, porque hay campo para segar. Hay quienes no tienen esperanza, quienes están en tiempo de duelo, quienes están con temor. ¡¡Bajemos el reino!! Dios sigue estando aun en la oscuridad, como muy bien nos decía Lorena Juárez hace unos días, Él sigue siendo Dios, misericordioso, compasivo, con una mirada atenta, imitémosle, sigamos sus pisadas, abramos nuestros ojos para ver y entender que Él se mueve como quiere. Estemos en medio del dolor, con palabras y también con silencio, no hay nada más hermoso saber que hay alguien cerca, alguien que nos piensa, que somos motivo de oración. La práctica de la mutua oración nos hermana, nos acerca, nos “enreda”. Cuando se produjo la persecución de los primeros cristianos y cristianas se pensó que al dispersar este movimiento iba a desaparecer. Pero justamente fue el efecto contrario, ya que esto sirvió para que se cumpliera lo que Jesús dijo y el mensaje llegara hasta los confines. Al principio nos preocupó el aislamiento social preventivo y obligatorio porque no íbamos a poder reunirnos en los templos, sin embargo, hemos aprendido a ser comunidad en la virtualidad y a sostenernos, así que volquemos esas herramientas en quienes nos rodean. Una canción que solemos cantar dice: “Abre mis ojos, oh Cristo, abre mis ojos Señor, yo quiero verte”. Tenemos la oportunidad de verlo, si abrimos nuestros ojos y estamos atentos y atentas de quienes nos circundan.
Carlos Valles en Dejar a Dios ser Dios nos dice: “Dios es eternamente nuevo. Acércate a él dispuesto a ser sorprendido”.
Que este Dios eternamente nuevo nos sorprenda a cada uno de nosotros y nosotras y nos enseñe y adiestre en una mirada atenta que nos lleve a bendecir a quienes nos rodean.
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