LA MIRADA DE PEDROSOBRE MATEO 5:3-4
- IEBC
- 3 dic 2022
- 3 Min. de lectura
POR JUAN JOSÉ BARREDA TOSCANO

Pedro observa a Jesús llamar a todos a su alrededor. Se pregunta por qué lo habrá llamado, qué habrá visto en él. Le llaman la atención muchas cosas del maestro. Sobre todo una de ellas que aún no percibe conscientemente. Ahora sentado cerca de Jesús, fija su mirada en él y lo observa sin advertir el paso del tiempo. Mira su calzado maltrecho, gastado de tanto uso. Sus túnicas son viejas, de un hilo rudimentario y de toscas costuras. Su piel es oscura, aún más que la de él. Su cabello parece haber sido cortado sin delicadeza alguna. Le ha llamado mucho la atención una fea cicatriz que tiene en la palma de su mano derecha. Sus manos parecen ser ásperas y sus dedos gruesos. Son las manos de un campesino artesano, de alguien que se ha valido de su propio trabajo para subsistir, como él mismo lo hace día a día. Se pregunta cómo un hombre como este se atreve a tanto, a hablarle a las multitudes, a comunicarles esperanzas, a correr los riesgos que esto trae. Pedro acaba de ser testigo de sanidades imposibles de ser fraudulentas. Ha presenciado la alegría de la sanidad, las lágrimas de gratitud, los abrazos y la emoción. Pero también ha advertido el enojo de los celosos, las calumnias de quienes cuestionan las verdaderas intenciones de este maestro rural. Todo eso le crea una gran incertidumbre.–"Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos"–
Pedro recuerda que hace días que no ve a sus hijos ni a su esposa ni a nadie de su familia. De repente busca impulsivamente entre la multitud a su hermano. Nota que está sentado detrás de él. Su presencia le trae sosiego. Pedro es el jefe del grupo familiar, es el hermano mayor de cuatro varones y una mujer. Por precepto divino –así lo entiende– lleva la carga de velar por el sustento de todos. Él y Andrés siguen a Jesús. Su esposa, sus hijos y demás familiares se encargan de las labores de la pesca, pero él siente que su deber es estar allá, liderando el trabajo. No quisiera tener aún más vergüenzas de las que ya tiene. Pedro es pobre. Se culpa por ello. Aunque tiene momentos de lucidez en los que advierte que su pobreza le es impuesta, que no es ningún pecado ni es producto de sus falencias, la lógica de algunos religiosos, mas las secuelas mismas que trae la miseria, le hacen pensar que todo se debe a él. Y ahora, este Jesús, sentado a unos metros, le habla que tal situación es la de un bienaventurado.
Una mujer se puso de pie e hizo un comentario dirigiéndose a Jesús. Pedro no ha oído bien lo que ella dijo y, a la verdad, no se muestra muy interesado en saberlo. Observa el rostro de Jesús, quien está atento a lo que ella le dice. El maestro calla, se pone de pie y se acerca para hablarle a la mujer. Tampoco Pedro puede oír lo que él le dice a ella. Algunos otros preguntan al respecto, otros repiten lo que algunos dicen que Jesús dijo, pero a Pedro no le importa, solo mira a Jesús. Se pregunta: ¿Por qué hace esto? ¿Tendrá también él esposa e hijos de quienes preocuparse? ¿Habrá una familia que lo reciba? ¿Cuál será el futuro de este hombre si sigue haciendo lo que hace? Mientras todos buscan algo de Jesús, Pedro pregunta por la vida de aquel hombre que está para los demás, que acaba de sanar a muchos. Se pregunta si este hombre no tendrá también preocupaciones y necesidades.
–"Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación"–
Estas palabras las dice el maestro con determinación, y al decirlas su voz se le quebranta. Hace una pausa. Se vuelve a sentar. Esta vez lo ha hecho al lado de aquella mujer que lo mira como lo hacen también los demás: expectantes, deseando que les expliquen qué quiere decir con estas palabras. Pedro, que observa todo esto, no sabe por qué él mismo sigue allí, pero pareciera preocuparle la persona de Jesús, más ahora que ha notado que esto que enseña toca también la vida del maestro. Las esperanzas que comparte a los otros son también sus propias esperanzas, los sufrimientos de los que habla también los sufre él. Jesús es alguien que parece vivir como los demás. Las multitudes que lo rodean, ¿estarán para él? –se pregunta Pedro. Este lo sigue sin moverse. Lo mira fijamente sin casi percibir lo que sucede a su alrededor. Quizás queriendo que Jesús sienta que hay alguien que se interesa en su vida... que lo nota tras la nube que se crea alrededor de él desapareciéndolo como persona. Solo lo mira.
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