LEALTADES ENCONTRADAS
- IEBC
- 3 dic 2022
- 4 Min. de lectura
POR WALTER FORCATTO

Se ha escuchado decir por ahí: “Dime a qué Dios adoras, cómo concibes a Dios y te diré quién eres”. Es decir, en el campo de la fe y espiritualidad cristiana, por ejemplo, tanto nuestras decisiones y acciones cotidianas y trascendentales, el estilo de vida que elegimos, como administramos nuestros bienes y recursos reflejan, de una forma u otra, como entendemos y nos imaginamos a Dios.
Muchos estudiosos han señalado que en la teología lucana se refleja una especial preocupación por la justicia social y la condición de los empobrecidos. Según algunos autores, en Lucas, el Evangelio de la Misericordia, se percibe a un Jesús muy humano, lleno de "ternura solidaria" y "defensor de los derechos humanos".
El testimonio dejado por los evangelios acerca de la vida y ministerio de Jesús, con respecto a los vínculos humanos y el servicio hacia el prójimo, demuestran opciones de vida muy distintas a ciertas prácticas humanitarias o filantrópicas, que corresponden a conceptos pragmáticos y de asistencia en cuanto el servicio al excluido, por ejemplo, cuando no hay solidaridad y solo se actúa desde la caridad. Se puede decir que la lástima no existe en una comunión ni valora la posibilidad de establecer un vínculo de hermandad. La acción viene de arriba hacia una persona abajo.
En Lucas 3 Juan el Bautista proclama las buenas nuevas con un mensaje de arrepentimiento y del perdón de pecados. Exhorta a sus oyentes a vivir vidas consecuentes con la justicia, misericordia y solidaridad (Lc 3,8.11-14).
Jesús sigue en esta línea profética con el mensaje de las buenas nuevas proclamando: “El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!” (Mc 1,15). En otra ocasión, en una sinagoga de Nazaret anuncia el “programa divino” de su ministerio. Sin lugar a dudas, las buenas nuevas van dirigidas particularmente a un sector de la sociedad de su época, buenas nuevas para los pobres, libertad a los cautivos, vista a los ciegos y poner en libertad a los oprimidos. Su vida y ministerio van a reflejar una opción por la fraternidad, la solidaridad, el acercamiento y amor hacia los más débiles, los olvidados, los pisados, los marginados.
Es dentro de este marco, y particularmente en el contexto del capítulo 16 del Evangelio de Lucas, que Jesús desafía a sus oyentes diciendo “Ningún sirviente puede servir a dos patrones. Menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a la vez a Dios y a las riquezas.” (Lc 16,13) No es cuestión de encontrar un “equilibrio”, un punto medio. Aquí, Jesús es sumamente contundente, radical. Nada de proceder a medias tintas. ¿Por qué tan desequilibrado, tan blanco y negro, tan tajante Jesús en su punto de vista? Tal vez escucharíamos hoy (y por qué no también en ese entonces). La clave se descubre en lo que sigue inmediatamente después. Esta fuerte declaración de Jesús se encuentra justo antes de la parábola del hombre rico y Lázaro, donde son claras las repercusiones en la vida del ser humano cuando las riquezas son el objeto de nuestra lealtad, de nuestros afectos, de nuestro servicio.
La parábola del hombre rico y Lázaro demuestra una vida puesta al servicio del dios Mamón, dios Dinero. Describe magistralmente una vida dedicada al derroche, al uso egoísta de los bienes donde se pone en evidencia una concepción de la vida y del prójimo. Entre otras cosas, expresa la lealtad puesta en las riquezas donde no hay lugar ni tiempo para la misericordia, la compasión y solidaridad hacia los más vulnerables, diariamente ignorando el sufrimiento del otro. Podemos decir que es la antítesis al ejemplo que vemos en Zaqueo, un poco más adelante en el Evangelio de Lucas (19,1-10). Allí vemos que el arrepentimiento y salvación para aquellos con poder y mucho dinero está íntimamente ligado al desapego, al accionar solidario y compasivo con respecto a las riquezas. En otras palabras, el buen uso de los bienes puesto al servicio de los demás, acompañado por una restitución de lo que se había negado y robado a otros.
Pues, he aquí una posible explicación por la radicalidad de la exhortación de Jesús. Por un lado, no hay plenitud de vida ni acogida por parte de Dios cuando las riquezas y los bienes son los objetos de las lealtades del ser humano. Cuando hacemos a un lado al que necesita abrigo, cuando ignoramos al vulnerable que no tiene para comer, cuando nos negamos a dar alivio al sediento o visitar al enfermo, abandonamos una oportunidad de vivenciar ese misterio divino, el encuentro con Jesús en la angustiosa forma de los pobres. Por el otro, cuando disponemos nuestra vida al servicio del Dios de la vida, esta lealtad y fe neotestamentaria son plasmadas en un servicio expresado a través de una ternura solidaria, de la sed y la práctica de la justicia en la cotidianidad de la vida para con los marginados y excluidos de nuestras sociedades latinoamericanas. En medio de esta práctica solidaria de amor y ternura, como seguidores y seguidoras de Jesús de Nazaret, es que podemos experimentar la bendición de Dios inherente en el servicio a nuestro prójimo.
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