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MARCOS 1, EN MEDIO DE LOS VERSÍCULOS 34 Y 35

  • IEBC
  • 3 dic 2022
  • 2 Min. de lectura

POR JUAN JOSÉ BARREDA TOSCANO


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Cansado del largo día, agradeció al cielo que escondiera al sol en su regazo. La oscuridad era su amiga íntima, a pesar de las calumnias que contra esta levantaban las religiones. Se recostó bajo un solitario arbusto, este también por divina voluntad. Sin luna ni estrellas, las tinieblas perfectas lo acompañaron camino a sí mismo. Sin poder ver a su alrededor, advirtió vívidamente que él era un cuerpo, que estaba allí y no en otro lugar. Al ignorar la expansión de la noche, decidió sentarse allí sin saber donde. Ruidos esporádicos, ecos viajando de lejos, lo llevaron a disfrutar del sosiego de la vulnerabilidad. Sus manos acariciaron el pasto que hizo de manta. El olor de la tierra le recordó su procedencia: un mundo mucho más grande que su cuerpo. Pensó: “Mi Padre hizo todo en perfecta armonía”. Redescubrió que la creación era buena y reposó aquella noche. Con las piernas y los brazos estirados, las imágenes repetidas de cuerpos sanados y los de aquellos que no lo fueron, cesaron. Descansó. Las tinieblas lo arrullaron, recordándole que él también era objeto de la misión de su Padre. Que podía ocultarse. Que podía escapar de la exposición, del conocimiento perfecto. Descansó sabiendo que podía huir de las buenas obras. De las promesas cumplidas. En la oscuridad pudo ser solo un cuerpo y un alma recostados en la ignorancia, un ser reposando en la absoluta entrega, sin decir, sin hacer, sin planear. Reposó en el sueño que pareció empezar sin necesidad de cerrar los ojos. Recuerdos despreocupados de juegos infantiles, la sensación de las manos amorosas de su madre, los momentos sin prisa con amigos llenaron su corazón... descansó. Horas de transitar por el apacible extravío de las tinieblas, sintió el ruido de la luz. Jesús, ya de mañana, despertó con el insistente llamado de un discípulo. Sin abrir los ojos aún, supo lo que sucedería en las siguientes horas e igualmente, los abrió. Al hacerlo, se encontró con la mirada demandante que lo convocaba. Sintió su cuerpo desprenderse del amigable pasto y el Mesías, puesto de pie, inició su misión camino al siguiente pueblo.

 
 
 

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