MIRAR A LOS OJOS. DAR DE LO QUE SE TIENE... SOBRE HECHOS 3: 1 - 10
- IEBC
- 1 dic 2022
- 6 Min. de lectura
POR JUAN JOSÉ BARREDA TOSCANO

Pareciera que fuera un tema paralelo a toda consideración ética: dar dinero. Y en el contexto de la iglesia, el diezmar y ofrendar. Me ha parecido valioso compartir estas ideas sueltas sobre un texto bíblico que me ha acompañado toda la vida cristiana, Hechos 3:6, "Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, mas lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda". La escena la imagino como muchas que viví en mi infancia en Lima, Perú, con tanta mendicidad alrededor. Como aquella que venimos viendo desde hace unos años en Buenos Aires. Dolorosa como se percibe en Nueva York entre multimillonarios Rascacielos y tiendas de carísima vestimenta, o bien en un lugar de veraneo tan exclusivo como Los Cabos, en Baja California, México.
El texto bíblico, sabio de tantas formas, no señala por qué se cree que esta persona llega a tal situación. ¿Por qué? Porque no importa para el caso. Porque no es de gente buena justificar la indiferencia echándole la culpa a la miseria del otro por sus supuestos errores y falencias. Pedro prefiere sufrir con el prójimo antes que adherirse al destrato. Elige correr el riesgo de ver al mirar, el riesgo de ser amigo, de hermanarse, y mira a los ojos a quien le estira la mano pidiéndole, quien sabe si con palabras o con el solo gesto, una limosna. Y es que esta persona se ha rendido a la sociedad de la que forma parte. Porque sus errores, ¿no son los mismos, o aún menores, a los de otros que en Jerusalén gozan de salud?, ¿y qué de los de aquellos que además tienen riquezas y poder? No es él quien complotó para asesinar a Jesús. No hay un pecado semejante a tal acción, y sin embargo, quienes lo hicieron están allí en el centro del templo ministrando, ostentando el poder con todas comodidades que tal sitial les brinda. Pero este hombre esta ahí sentado en el piso desde hace mucho. No faltan quienes se quejan de tal "espectáculo", el de los mendigos que arruinan el paisaje de La Hermosa, esa lujosa entrada en el templo decorada de oro y plata. Este hombre, cuyo nombre ni siquiera conocemos, mendiga en un sistema social que no solo no lo deja ingresar, sino que precisa de él como señal de pecado. Lo necesitan como mal ejemplo, como advertencia de lo que significa no cumplir con la ley tal cual sacerdotes y otros religiosos la interpretan. Es la muestra de sus amenazas, aquel como quien puede llegar a ser quienes no obedecen sus enseñanzas.

Pero el texto bíblico, sabio en tal profundidad, insisto, no dice nada de las causas que lo llevan a la mendicidad, y tal silencio grita al lector prevenido, al corazón sensible observa la vida, las posturas, los gestos... entiende el mensaje. Reconoce que se trata de un ser humano sin buena movilidad desde su nacimiento, alguien marginado y humillado constantemente. Lo asemeja a millones que en nuestras sociedades viven de forma similar y que son usados como escarmiento, como objeto de burla y vergüenza, y aún, de mediocridad y de delincuencia. Recordemos la frase de Jesús: "Quien tiene oídos para oír, que oiga", o quizás: "Quien tiene ojos para ver, que vea".
Pedro, pobre pescador él también, camina con Juan por los pasillos del templo en el que hace poco negó a su maestro. Ha sobrevivido a sus propias culpas entendiendo que la gracia divina nunca es un borrón y cuenta nueva, sino más bien un llamado al arrepentimiento, al cambio de visión de la vida y del accionar. No se ha permitido el lujo de tirarse en la cama del llanto eterno, sino que transita nuevamente ese lugar corriendo los mismos riesgos que antes, pero no con la soberbia de la primera vez. Humilde, sigue a su maestro en la labor de amar dándose a los otros. Y yendo hacia donde sabe que va, observa lo que muchos ignoran. No sin temor, y con atrevimiento, mira a la gente y se encuentra con este hombre que, unido a la pared como si fuese parte de ella, desaparecido, le estira la mano en señal de ayuda. Lo piensa. Lo siente. Le reconoce como ser humano. Discierne una historia, una vida. Váyase a saber si no se pone en su lugar, si no ha buscado dentro de sí un lugar de empatía: algún tiempo de marea brava en la que no pudo salir a pescar, alguna circunstancia en la que tuvo que rebajarse para lograr un trabajito que le permitiera ganar comida para llevar a su familia. O, por qué no, quizás se identificó con él porque el apóstol vive de las ofrendas de los demás, y a pesar de lo excelso de su labor, muchos le tiran monedas sintiéndose con ellos partícipes de su misión.
¿Por qué este hombre le pediría ayuda a Pedro? ¿Qué sabía de él?... Nada. Ya no importa de dónde venga el dinero y la actitud con la que se la den, ha perdido quizás toda noción del otro, porque sí tiene en claro su amor hacia su familia. Y es que posiblemente piense que es mejor humillarse a lo sumo con tal de conseguir el sustento diario y no ser una carga para quienes viven con él. No quiere ser una carga. Ya lo es su existencia, quizás piensa, para su parentela y quiere librarlos de tener que cargar con él en todo. El tiempo, ese tipo de tiempo, ¿lo habrá resignado a no pensar más en una vida diferente? Quizás los sueños también hayan tenido que ser olvidados para poder soportar la dureza de la mendicidad. No lo sabemos.
"Míranos". Entre tanto bullicio sus oídos pueden reconocer ese llamado, pero acaso es para una burla más, o el inicio de una situación más de abuso hacia él. Lo usual es solo recibir una moneda lanzada a la distancia. Aquella que refleja el deseo de no tener contacto con él, de no contaminarse. Prefiere perderse entre tantas voces y sigue con la cabeza gacha, pero baja el brazo cansado. "Míranos" –le dice por segunda vez Pedro con Juan–, y al alzar la cabeza descubre a unos hombres que se han detenido frente a él. Ahora cierta aceleración en sus pulsaciones señalan temor, y el dolor del cuello se hace presente. No es una postura que su cuerpo había dejado atrás hacia un tiempo. "No tengo plata ni oro", le dice Pedro. ¿Es para eso que me habla? Pensó el hombre. Pero lo ve. Y es que Pedro quiere humanizar el vínculo. Desea arrancarlo del muro que ya tiene sus huellas. Estos pescadores no se han disfrazado de pobres, lo son. No tienen dinero para ayudarlo, pero tienen el atrevimiento de probar algo algo mejor que no va en contra de cualquier ayuda económica, pero sí, quizás, de la limosna. Al conectar con él y él con esto hombres, quieren expresar que lo reconocen como par, como ser humano. Le presentan también su realidad y su lectura de la misma: "No tengo ni plata ni oro", y no por ello soy menos humano, ni menos digno de derechos, de dignidad, de respeto. "Mas lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda". ¿Qué palabras son esas? Todos sabemos que Jesús, el de Nazaret, acaba de ser asesinado. ¿Quieren que me pase lo mismo? Podría haberse preguntado este hombre. Y es que hay situaciones en la vida en las que unos segundos parece contener una eternidad. ¿Qué autoridad podrían tener en nazareno aquí en Jerusalén, más aún, de alguien que precisamente por falta de poder había sido asesinado hacía poco? Pero la teología y la fe no son cosas de libros, y en muchos momentos, ni siquiera de la lógica con la que nos manejamos. Porque Dios es Dios, y confiar en él precisa una gran incredulidad hacia la lógica del mundo con la que precisamos romper. Y esto no se logra sino con pequeños actos que concatenados nos llevan a una vida madura de fe. Todos quienes confiamos en Dios hemos perdido, algunos muchas cosas. Hemos fracasado terriblemente, y nos duelen aún muchas de esas situaciones al punto que podemos estar encerrados en la mendicidad. Y no solo eso, sino que al recibir limosnas desarrollamos un gran agradecimiento hacia quienes nos la dan. Posiblemente, porque algunos de ellos fueron enseñados así. Pero la mirada de estos dos apóstoles, que él ni siquiera sabía que lo eran, le comunican una opción diferente, un llamado a creer que Dios realmente resucita a los muertos, que nos puede levantar. ¿Será una burla más? ¿Serán uno de esos taumaturgos ocasionales que buscan algo de fama a costas de su sufrimiento? Pero esta vez, con la fe que no es producto de una serie enorme de creencias bien sistematizas y racionalizadas, sino aquella que surge de la empatía de quienes se aproximan con amor y respeto, le estira la mano a Pedro que en el nombre de Jesús, el de Nazaret, lo toma y lo ayuda a pararse.
Las multitudes se asombran. Quien sabe si por la osadía de este pescador galileo a hacer un milagro en el templo de Jerusalén. Quizás porque no habían visto antes un milagro como este, y menos en el nombre de alguien a quien recién habían tildado de hereje y farsante. Otros, posiblemente, porque reconocían a este hombre había estado frente a ellos por tanto tiempo y todo lo que habían hecho por él es tirarle unas monedas, un pedazo de pan, una prenda que ya no usaban... limosnas.
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