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POCO, RICO Y BIEN SABOREADO ES MEJOR

  • IEBC
  • 3 dic 2022
  • 5 Min. de lectura

POR JUAN JOSÉ BARREDA TOSCANO

Cuando éramos chicos, la gaseosa era la bebida que tomábamos los domingos. En mi país, la gaseosa más rica lo sigue siendo la Inka Cola. Hasta hoy, cada vez que voy a visitar a mi gente disfruto de su sabor y los recuerdos que me trae. El gusto está vinculado a toda la vida, y con ello a la memoria de momentos hermosos cada vez que puedo tomarla. Uno de ellos es definitivamente el almuerzo de los domingos en casa. Mi papá destapando la Inka Cola y sirviéndola a cada uno de los cuatro hijos. Era un regalo, un placer estar todos juntos. Muchas veces era mi papá también quien había preparado la comida. Tenía ese toque diferente que hacía todavía más especial ese momento. Yo, con mucho ímpetu, me abalanzaba sobre mi vaso de gaseosa ni bien servida, y al beberla me sofocaba con el gas. Los ojos rojos y el gas saliéndome por la nariz hacían de mí un espectáculo. Mi mamá, siempre cuidándonos, me decía: "Despacio, loquito". Mi papá muchas veces supo decirnos: "Despacio, disfrútalo que no hay más. Poco, rico y bien saboreado es mejor que mucho, insípido y sin disfrute". Casi cincuenta años después, cuando contamos con ella en Buenos Aires, cada sorbo de Inka Cola tiene esa consigna. Mi esposa, mi hijo e hija y yo: "Poco, rico y bien saboreado es mejor".

Pareciera que nuestras vidas han perdido esa consigna que, en buena medida, puede aplicarse a muchos momentos y situaciones. Todo es rápido, y si no lo es lo hacemos rápido. Todo necesita ser exitoso, todo es evaluado por los demás en términos de rendimiento. Vestirse es cada vez más difícil. La salud es objeto de rendimiento lo mismo que nuestras enfermedades. Lo mismo sucede con los momentos y logros de la vida. Quizá sin darnos cuenta, nos hemos convertido en grandes disconformes. Y no es que queramos más, sino que queremos ser otros. La posesión de bienes, comprendámoslo, no es una cuestión de tener para ser, sino de ser uno y querer ser otro –o como el otro–. Lo que tenemos nos resignifica como personas, por lo que tener otras cosas ­–y no simplemente "más"­– nos hace ser quienes ahora no somos. Y esto va también para los que hacen como que no desean nada más, pero cuando otros poseen sienten una buena dosis de envidia que intentan disimular.

Lamentablemente, trabajamos seis días a la semana y por muchas horas, y el domingo no podemos disfrutarlo porque estamos planificando los otros seis días. Muchas cosas buenas pasan en nuestras vidas, pero no lo son tanto porque estamos pensando en el futuro sin noción del presente. El que trabaja y trabaja ahorrando para disfrutarlo en la vejez, y no advierte qué sucederá en su presente. Y no es que podamos ser del todo de otra forma. La sociedad entera ha caído en esto, trabajar, estudiar y vincularse con otros se ha hecho una cuestión de correr, de vivir todo con fugacidad. Aun la noción del tiempo ha cambiado.

Estas y otras cosas me hacen pensar lo difícil que es para muchos disfrutar pacientemente de algo, saborear la vida. En estas líneas comparto una propuesta que solo es posible en comunidad: la lentitud. Definitivamente para mí la lentitud es una virtud teologal. Por "teologal" quiero decir una condición y mentalidad que procede de Dios, que va hacia su encuentro, que responde a sus enseñanzas y a su naturaleza, que lo proclaman con su sola existencia y práctica. Esperar, sentarse, gozarse de la bendición de Dios al observar quietos lo que vivimos son, en estos tiempos de prisa, prácticas y testimonios de la espiritualidad cristiana.

Cualquiera que me conoce tendrá ganas de decirme: "¡Pero por qué no lo practicás vos mismo!", y es que cuando recibimos una reflexión que no nos gusta, podemos tomarla como un ataque y ponernos a la defensiva. En esta reflexión no me estoy excluyendo de los que son impelidos a correr, y no necesito mentir: yo también muchas veces lo hago. Pero también debo decir que he aprendido a ir despacio, o paso a paso valorando y disfrutando cada escalón. En uno de los momentos más duros de mi vida, una hermana en la fe me recordó la frase del apóstol Pablo: "Cada día trae su propio afán". En esa circunstancia, cuando ya no podía planear muchas cosas a largo plazo, Dios me dio la oportunidad de vivir el presente con una mirada de esperanza hacia el mañana, pero no más que eso. Y cuando se vive el presente, el hoy como Dios nos animan a hacerlo, la desesperación desaparece y surge el contentamiento, la esperanza certera, el disfrute. Porque vos podés ir muy lento en tu andar, pero ir a mil kilómetros por hora en la cabeza.

Cuando me invitaron a ser pastor de la iglesia muchos me desearon un buen ministerio. Esto consistiría en hacerla crecer numéricamente y en actividades. Era muy joven y pensaba un poco diferente a hoy, por lo tanto, me encomendé a esa tarea. Pronto, en nombre del éxito, observé que me angustiaba participar de los cultos y que así lo vivían otros a quienes pastoreaba. La gente se sentía utilizada y no veía que se les tomase como a quienes se les veía. La rapidez no permitía a nuestros cuerpos y almas sentir la presencia de Dios. Entonces paré y comencé a entender que era mejor ir lento: discipular, en vez de ordenar a los demás hacer cosas con rapidez. Comprendí que era mejor perder el "éxito" para ganar amigos para toda la vida. Que era mejor abandonar la idea de la corporación evangélica, para que juntas y juntos generáramos una iglesia-hogar. Y así también, al ir lento, tuve mucho más tiempo para criar a mis hijos, para gozarme de la bendición de contar con ellos en mi vida, de ser yo también objeto de la misión de Dios, y no solamente su "instrumento" –que horrible metáfora, tan utilitaria y deshumanizante–.

Mientras termino estas líneas vuelvo desde mi amado Perú a la Argentina. Con el corazón dividido como lo tengo hace 30 años, sin embargo, me alegro de los días con mi madre y mis hermanos. Mi esperanza sigue siendo que algún día estemos todos juntos... paciencia. La azafata me pregunta qué deseo tomar y le pido un vaso de Inka Cola. El primer sorbo me recuerda a mi papá fallecido hace 12 años. Disfrutarlo con lentitud me hace sentir a mi viejo a mi lado. "Poco, rico y bien saboreado es mejor que mucho, insípido y sin disfrute".

 
 
 

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