¿UNA NIÑA LO DIJO?
- IEBC
- 3 dic 2022
- 3 Min. de lectura
POR CAROLINA GARCÍA

En la pausa de ir y venir con su scooter, en el pasillo de nuestro edificio, con una mirada de alta ternura, me dijo: “Mamá, vas a morir en la cruz. En la cruz donde murió Jesús. Cuando tomes tu cruz vas a poder tener muchos brazos y hacer más cosas”.
Si digo que me dejó perpleja, es poco. Una niña de casi 4 años, que no ha estado en escuela dominical, me decía que tomara mi cruz. Entonces comencé a buscar de dónde había aprendido que Jesús murió en la cruz. Todavía no era Semana Santa, todavía no le habíamos hablado de eso:
¿Dónde aprendiste eso, hija? –le pregunté en concreto.
Revisamos después el video que miró. Fue muy explícito sobre la muerte de Jesús. Pero “no sé” cómo surgió esa idea que yo tomara la cruz, que también como Jesús, iba a morir en la cruz. Llegó un momento que dejé de preocuparme de las fuentes de su mensaje y pasé a poner atención a la consigna: tomar mi cruz. Morir.
¿Cómo se lidia con esta consigna en pandemia? ¿No suena más propio enfocarse en agradecer, buscar ser compasivos, hacer las obras para las que fuimos hechos? Pero ¿tomar la cruz y seguir a Jesús? ¿Morir?
“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el
que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.
Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se
destruye o se pierde a sí mismo?” Lucas 9:23-25
Sucede que la enfermedad y la muerte se sienten cerca. O nos hemos contagiado o tenemos familia, amigos o conocidos que se han contagiado. Las pérdidas también se nos presentan. Vivimos un momento en el que modificamos nuestras vidas cotidianas para librarnos del virus y ya son muchos ámbitos que están trastocados. En suma, es una temporada de mayor desesperación. Como en cualquier tiempo así, los gestos mezquinos que guían el querer salvar el pellejo a toda costa también se presentan.
Las palabras de Jesús fueron muy directas respecto a nuestra relación con la cruz. Así como lo dijo mi hija: hay que tomar la cruz, seguir a Jesús, perder la vida. Y lo sabemos, lo hemos escuchado y leído antes, pero quisiera invitarlos a reflexionar con las siguientes preguntas.
¿Qué dejo? ¿Cómo me niego a mí mismo?
Cuando Jesús llamó a su seguimiento y alguien le pidió permiso para primero enterrar a sus familiares, Él respondió que dejaran a los muertos enterrar a sus muertos. La respuesta de Jesús fue muy concreta: seguirle y tomar su cruz tiene la implicación de dejar, de practicar abandono, negarse a una misma.
Nos toca practicar lo contrario a “salvar la propia vida” que implica luchar solo por los intereses propios. Perdemos la vida si perderla es lo único que nos preocupa.
¿De qué me desprendo?
El joven rico, muy cumplidor de los mandamientos, tenía su corazón en las riquezas. Cuando Jesús le exhorta a vender todo lo que tenía, sintió y le pesó lo mucho que le importaba lo que tenía acumulado. Tomar la cruz y seguir a Jesús implica dejar ir muchas cosas. O al menos las que de manera especial no queremos dejar ir.
¿A quiénes me acerco?
Tomar la cruz, seguir a Jesús crea nuevas pertenencias. El seguimiento nos hermana. Jesús mismo desconoció la importancia de María como madre y le reconoció, ante todo, como quien hace la Voluntad del Padre. Son los que hacen la Palabra de Dios quienes reconocen como su madre, su hermana, su familia. Así, para nosotros.
¿Qué carga tomo?
La carga que nos corresponde es la de Jesús. Esa carga que es liviana y mejor para sobrellevar que cualquier otra carga. ¿Dar algo que nos hace falta? El tiempo, la paciencia, la escucha, las palabras, todo eso que tantas veces sentimos que nos hace falta, eso se puede dar, siempre.
La carga de Jesús, el amor al que estamos llamados nos potencia. De la muerte que viene al tomar la cruz y seguirle, le secunda el poder de su Espíritu para que vivamos con la vida de Él. No es cosa menor. Como lo expresó mi hija: tendré más manos con que hacer más cosas.
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