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VOLVER

  • IEBC
  • 3 dic 2022
  • 3 Min. de lectura

POR LORENA JUÁREZ

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Cómo disfruté conocer el agraciado poema, hecho zamba, del Chango Rodríguez*, que acompaña la añoranza de cualquier peregrino que sueña con volver:


Volveré; volveré donde está mi madre esperándome. De nuevo en sus brazos volver a ser niño; vivir como sólo se vive una vez.

Volveré; volveré por ese camino que ayer me alejó, al rumbo del ave que vuelve a su nido, buscando el alivio para su dolor.

Volver a los brazos de la madre es la metáfora de ese lugar donde sabemos que podemos acudir, tal vez para ser felices, tal vez para poder llorar o para encontrarnos con alguna respuesta.


¿Quién, a pesar de años avanzados que pueda tener, no siente en algún momento la necesidad imperiosa de volver? La pregunta que sigue es ¿volver a dónde? Uno de mis hermanos viaja cada vez que puede a Tucumán, su provincia natal, buscando quién sabe qué cosa podrían decir por ahí, pero quienes lo amamos y conocemos, sospechamos que va a recuperar su tiempo de infancia, esas mismas calles, los cerros, el olor a mandarinas de Tafí, los amigos… pero tristemente muchas de esas cosas ya no están. Murieron o mutaron con el tiempo en lo que hoy es: recuerdos y lugares para nuevas generaciones que tal vez en la edad adulta, también extrañen. Pero qué importante es volver cuando aquello es lo que necesitamos para revivir y emocionarnos. Pero más importante aun es volver a aquel lugar donde todavía nos esperan y que sabemos que no debimos irnos.

En el capítulo 2 de Apocalipsis, se encuentra la carta a una de las siete iglesias. Una iglesia activa, con trabajo duro, perseverante y que no tolera a los malvados, entre otras cosas. Sus primeros versículos amagan a un final de alabanzas y reconocimiento para esa iglesia, pero, por el contrario, se resalta algo que el ángel escribe, destaca y luego reclama: “Sin embargo, tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor”**. Sorprende estas palabras. Una comunidad que avanza con obras y en valores, abandonó aquello primero que la formó, que la crió y vio crecer: el amor de Dios.


Así como esta iglesia, muchos encaramos la vida con muchas seguridades y orgullo de cómo vivimos o fuimos llevando nuestras decisiones. Y si no es orgullo, con la tranquilidad que vamos bien. Nada que reprochar, buen testimonio, buenos amigos, con algunos altibajos, pero descuidamos algo esencial, invisible a los ojos (El principito).

Pensando en estas palabras, imagino que puede pasarnos también con nuestra profesión u oficio. A lo largo de los años, si bien vamos ganando experiencia y posiblemente vayamos perfeccionando al respecto, no siempre se conserva aquel primer amor que nos llevó desde la elección vocacional, hasta los años de estudio e incluso en los primeros años de trabajo. ¿Cómo puede ser posible que algo que amamos y conservamos para el resto de nuestro camino en la vida, pierda aquello que lo gestó? Pareciera que, con el paso de los años, ese amor para muchos se puede desgastar y provocar también desmotivación para trabajar. Pero aun así, continuamos.

El ángel de la carta hace el reclamo, pero no se queda con eso, sino que con sus palabras busca movilizar a quienes leen para revertir la situación. El pedido es claro y contundente: vuelve. Para ser más leal al pasaje, el pedido requiere algo previo: arrepiéntete, entonces vuelve.

La carencia de ese primer amor es tan necesaria para la vida de la iglesia que es solícito no solo obedecer, sino darse cuenta y entender que hay algo que debe generar el deseo de volver a ese lugar donde ya se estuvo al comienzo y que nos espera. Arrepentirse sería volver sobre los pasos para iniciar desde el punto de partida con el amor que me despertó y alimentó el deseo de servir (de ser iglesia).

Volver al primer amor es un llamado que nos confronta con el lugar que hoy estamos y por qué no, también con nuestra comunión con Dios. Habrá quienes no saben que se han ido hace mucho y quienes queremos volver. Una comunidad que ama podría ser también aquella que nos recuerda el camino de regreso y, también como aquel ángel del Señor, que nos exhorta y acompaña en ese camino. Volver (no con la frente marchita, como cita el tango) sabiéndonos amados y esperados.

*https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Ignacio_Rodr%C3%ADguez

**Apocalipsis 2: 1-4

 
 
 

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